¡Oye!, ¡"Flaco"! ¿Qué haces aquí?
¡Sí! ¿Qué te hace pensar que puedes jugar a la pelota, "Larguirucho"?
¡Mira cómo corre! -se burlaba uno de los jugadores veteranos-, ¿Has visto alguna vez un pelotero con los pies torcidos hacia adentro! ¿A quién se le ocurre?
Y además, es zurdo -agregó otro de los criticones. ¡Dunn habrá estado raspando el fondo de la olla cuando te encontró!
Esta lluvia de burlas se dirigía a un adolescente alto, de cuerpo grande, piernas delgadas y largas que acababa de Incorporarse al equipo de béisbol de los Orioles de Baltimore. Su nombre era Jorge Hermán Ruth, quien se había criado en los barrios bajos de Baltimore.
Hacía lo que podía para proveerse de alimento, y comía lo que encontraba, hasta que fue enviado a la Escuela Industrial de Santa María, hogar para huérfanos y delincuentes juveniles. Este era su primer empleo, y no sabía cómo reaccionar ante la burla de los demás.
¡Muy bien, caballeros! Les advirtió el entrenador, ¡Ya es suficiente! ¡Dejen al chico en paz! No olviden, es el "babe” (nene) de Dunn.
Jack Dunn, dueño y administrador de los Orioles de Baltimore, había adoptado a Jorge Hernán Ruth para que lo dejaran salir del Orfanato de Santa María y así pudiera jugar con el equipo de los Orioles. Desde entonces, se conoció a Jorge como "El Babe", o simplemente "Babe”. Pero la burla llegó a su fin.
En alguna muchas veces, tú y yo estamos en la misma situación en que estuvo Babe Ruth durante su adolescencia. Somos jugadores en el camino de la vida. El enemigo lo sabe, y por ello nos acusa: ¡No sirves para nada! ¿Qué te hace pensar que puedes tener éxito en este "juego”? ¡Eres pecador, y los pecadores no pueden triunfar!
Entonces Jesucristo, nuestro "entrenador”, se presenta y dice:
¡Basta! Tu tiene posibilidades. Eres un triunfador. Eres mi hijo amado
Has sido adoptado en su familia. Él te defenderá. Tiene fe en ti. Te convertirá en un campeón.